Hace muchos años atrás, cuando
aún no había carreteras que comunicaran los pueblos con las ciudades
y la única manera de desplazarse
era a caballo. Este era un señor que regresaba a su pueblo luego de haber
comercializado sus productos en la ciudad. En su viaje de regreso traía consigo
a su preciado mulo y a dos caballos más que venía uno detrás del otro, cargado
de víveres para el consumo de regreso ya que el viaje duraba más de tres meses.
Una tarde de las tantas que había pasado en su retorno, decidió
seguir avanzando de noche así que montó
en el mulo para poder mantener el rumbo y buscar más adelante una zona donde
pudiera descansar.
Bajo la luz de la luna podía
notar que se encontraba en una quebrada. Más adelante pudo distinguir una
pradera desolada, sin ninguna cosa que se estuviera moviendo. Todo parecía
estar tranquilo, extrañamente silencioso. Los tres animales parecían estar muy
inquietos, los dos de atrás avanzaban muy lento
y el mulo en el que estaba montado parecía estar muy nervioso. Podía
notar que miraba en todas direcciones con las orejas muy en alerta. De pronto
los caballos se detuvieron en seco, empezaron a retroceder y bufar como que
temieran a algo que venía en dirección contraria. Bajó de la mula para
calmarlos y sujetar los lazos de cada caballo en la montura del otro; el del último
lo sujeto a la montura del segundo, y el lazo de este en la montura de la mula.
Ya bien amarrados para que no se pudieran escapar. Montó nuevamente, dio marcha
de avance pero la mula no obedeció y empezó
a girar en dirección contraria. Sujetó bien las riendas e hizo que avanzaran pero
estos se negaban a obedecer. Los tres habían empezado a golpear el suelo con
las pezuñas y a relinchar de una forma muy inusual. El hombre había empezado a
sentir miedo así que hizo el esfuerzo de ver lo que había más adelante que
temieran las animales, lamentablemente no llego a distinguir nada. Cuando de repente el mulo empezó a subir una pendiente que
llevaba a otro camino alternativo que ya nadie había usado durante muchos años.
El viajero asustado trato de detener al mulo pero este se reusaba subiendo más
deprisa. Al llegar al camino, los animales aun en alerta y sin que hicieran el mínimo ruido miraban al lugar en el que
estaban minutos antes. El hombre bajo de la mula, cogió el lazo y jalaba con
fuerza para volver al camino principal. Pero al darse cuenta que los caballos y
la mula miraban con recelo a algo allí
abajo. Al voltear para ver lo que era, sintió un gélido viento que le envolvía, los pelos se
le ponía en punta y los latidos se le aceleraba al ver a algo extraño.
Un hombre venia caminando sin tocar el suelo, en dirección contraria a
ellos, sujetando entre las manos una pequeña vela encendida de una llama de color celeste muy brillante. Aun con el resplandor
de la luz de la vela no podía verle el rostro ya que traía puesto una especie
de túnica blanca resplandeciente que le cubría todo el cuerpo. Llego al lugar
en el que había estado antes de que la mula dejara el camino principal. Dio
varias vueltas en ese punto buscando algo
que se le hubiera perdido alrededor. Luego de permanecer unos minutos allí, siguió su camino sin que el viento pudiera apagar la
llama flameante de la pequeña vela. El viajero contemplaba como el ente se perdía
a lo lejos hasta que solo notaba una
pequeña lucecita. En el fondo estaba aliviado haber traído consigo a su mulo y
por otra con un miedo indescriptible; aún estaba allí parado pensando que había
sido eso cuando de repente pudo escuchar unos gritos; se alarmó y algo en su
interior le decía que huyera de ese lugar. Sin perder más tiempo, montó nuevamente
y se puso en marcha cuesta arriba hacia las faldas del cerro.
Estando ya a una
considerable distancia volteó para ver a la cosa que se acercaba gritando de
terror. Pudo ver que una cosa negra con forma humana venía arrastrándose y de
repente aparecía más adelante caminando, llorando a gritos tratando de liberarse
de unas cadenas doradas al rojo vivo que le colgaban de las manos. No solo él
estaba muerto de miedo, podía sentir el temor de los animales cuando paso por la zona en el que habían
estado y de pronto desapareció y se oyó más adelante los lamentos de aquel
condenado. Aun con unos gritos de desesperación. Ya no se le escuchaba, más que
el silbido del viento frió y seco. Desmontó, se sentó en el suelo y se puso a
llorar por la suerte que había tenido de estar aún con vida. Dio gracias a Dios
por haberle cuidado del mal que había visto y haberle concedido de poseer a su
mejor amigo mulo de innumerables viajes. Se paró y acaricio a los animales para
luego liberarlos de la carga, y así pudieran descansar cómodos después de haber
pasado por una experiencia terrorífica.
Sin duda los animales no lo habían abandonado, era más fácil para ellos huir que quedarse allí a ser
devorados o algo peor; inmerso en sus pensamientos recordaba una historia que
le habían contado, entonces dedujo que el primer ente era nada menos que un espíritu que tenía la misión de despejar el camino de aquellos desafortunados que se topasen con aquel alma condenada a purgar sus
pecados en su largo y penoso castigo.
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