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viernes, 12 de febrero de 2016

EL BAILE DE LOS ESPÍRITUS DE LOS CERROS (APUS).

Este era un hombre que viajaba a una ciudad cercana a la suya  por motivos de trabajo. Que por esos años, el único modo de llegar a ellos era por los senderos que su padre y el padre de este habían usado durante muchos años. No era de sorprenderse que el viaje durase semanas ya que aun cabalgando a caballo se demoraba días por la distancia. Había recorrido casi la mitad del trayecto cuando le oscureció, por suerte esa noche la luna  imponía su presencia bañando de luz los valles, las praderas y las faldas de los cerros. Aprovechando que podía cabalgar con tranquilidad bajo la luna, siguió avanzando. Pensaba en sí que   los espíritus de los cerros (Apus) lo bendecían ya que las noches anteriores no paraba de llover cosa que hizo que se retrasara más en su viaje.

El sendero pasaba por el borde de una pequeña pradera luego entraba a una quebrada serpenteante muy peligroso llamado la quebrada del diablo. Estaba aún pasando por la pradera cuando repentinamente el caballo se detuvo; se notaba inquieto, por la postura que mantenía, el hombre presentía que algo extraño pasaba. No había acertado lo que pasaba cuando vio de reojo a algo moverse a su izquierda. En el centro de la pradera, cuatro zorrinos bailaban en dos patas formando un círculo. Estos traían puesto una bosta de vaca a modo de sombrero, cogidos con las patas delanteras bailaban alegremente haciendo ruidos que apenas lograba escuchar. No espero más y agito las riendas del caballo para que avanzara, no iba a quedarse allí observando lo que pasaba. Ya alejado a una distancia considerable opto por descansar antes de pasar por la quebrada del diablo, salió del sendero y encontró una pequeña cueva suficientemente cómoda para descansar.
No dejaba de pensar en los zorrinos, trataba de pensar en otras cosas pero el recuerdo de estos bailando regresaba a su memoria. Pensaba en sí que había algo extraño en esos animales, se preguntaba a menudo de que  hacían los cuatro zorrinos bailando con sus sombreros de bosta. Al parecer le era muy inusual toparse con algo así durante su vida.
Esa noche el hombre se había quedado profundamente dormido pensando en los zorrinos y la bosta de sombrero. Pero por alguna extraña razón esa noche los cuatro cerros que rodeaban a la pradera se llamaban entre ellos. Se preguntaban  de qué debían de hacer con el viajero, uno de ellos decía que él era un hombre humilde y horado así que él le daría bendiciones y prosperidad en su vida. Otro dijo que le daría fama y fortuna, el tercero de ellos se pronunció otorgándole felicidad. El cuarto y último cerro se pronunció por la presión de los otros tres, este a diferencia de los demás no tenía nada  que darle ya que los demás le habían concedido. Entonces  dijo que le otorgaría algo más preciado que sus tres hermanos pasaron por alto, le otorgó el amor por el cual tenía que luchar para obtenerlo. Así los cuatro espíritus de los cerros (Apus) lo habían bendecido esa noche.
Al amanecer, el hombre recordaba fragmentos de una conversación, pero pensó que solo era un sueño y estaría confundiendo las cosas por el cansancio ya que había tenido un viaje muy agitado. En el fondo se sentía dichoso aunque no sabía  de qué, se alistó y bendijo el nuevo día antes de marcharse. 
Años después el hombre  era rico y vivía feliz, pero siempre mantenía y recordaba lo humilde que había sido antes de conseguirlo todo con su esfuerzo. Pensaba a menudo que era afortunado por alguna razón,  ayudaba a los demás sin pedir nada a cambio, y así fue como encontró el amor. Conoció a una joven mujer humilde que más tarde llegó a ser su esposa.

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