Este era un hombre que viajaba a una ciudad cercana a la suya por
motivos de trabajo. Que por esos años, el único modo de llegar a ellos era por
los senderos que su padre y el padre de este habían usado durante muchos años.
No era de sorprenderse que el viaje durase semanas ya que aun cabalgando a
caballo se demoraba días por la distancia. Había recorrido casi la mitad del
trayecto cuando le oscureció, por suerte esa noche la luna imponía su
presencia bañando de luz los valles, las praderas y las faldas de los cerros.
Aprovechando que podía cabalgar con tranquilidad bajo la luna, siguió
avanzando. Pensaba en sí que los espíritus de los cerros (Apus) lo
bendecían ya que las noches anteriores no paraba de llover cosa que hizo que se
retrasara más en su viaje.
El sendero pasaba por el borde de una pequeña pradera luego entraba a una
quebrada serpenteante muy peligroso llamado la quebrada del diablo. Estaba aún
pasando por la pradera cuando repentinamente el caballo se detuvo; se notaba
inquieto, por la postura que mantenía, el hombre presentía que algo extraño
pasaba. No había acertado lo que pasaba cuando vio de reojo a algo moverse a su
izquierda. En el centro de la pradera, cuatro zorrinos bailaban en dos patas
formando un círculo. Estos traían puesto una bosta de vaca a modo de sombrero,
cogidos con las patas delanteras bailaban alegremente haciendo ruidos que
apenas lograba escuchar. No espero más y agito las riendas del caballo para que
avanzara, no iba a quedarse allí observando lo que pasaba. Ya alejado a una
distancia considerable opto por descansar antes de pasar por la quebrada del
diablo, salió del sendero y encontró una pequeña cueva suficientemente cómoda
para descansar.
No dejaba de pensar en los zorrinos, trataba de pensar en otras cosas
pero el recuerdo de estos bailando regresaba a su memoria. Pensaba en sí que
había algo extraño en esos animales, se preguntaba a menudo de que hacían
los cuatro zorrinos bailando con sus sombreros de bosta. Al parecer le era muy
inusual toparse con algo así durante su vida.
Esa noche el hombre se había quedado profundamente dormido pensando en
los zorrinos y la bosta de sombrero. Pero por alguna extraña razón esa noche
los cuatro cerros que rodeaban a la pradera se llamaban entre ellos. Se
preguntaban de qué debían de hacer con el viajero, uno de ellos decía que
él era un hombre humilde y horado así que él le daría bendiciones y prosperidad
en su vida. Otro dijo que le daría fama y fortuna, el tercero de ellos se pronunció
otorgándole felicidad. El cuarto y último cerro se pronunció por la presión de
los otros tres, este a diferencia de los demás no tenía nada que darle ya
que los demás le habían concedido. Entonces dijo que le otorgaría algo más
preciado que sus tres hermanos pasaron por alto, le otorgó el amor por el cual tenía
que luchar para obtenerlo. Así los cuatro espíritus de los cerros (Apus) lo
habían bendecido esa noche.
Al amanecer, el hombre recordaba fragmentos de una conversación, pero
pensó que solo era un sueño y estaría confundiendo las cosas por el cansancio ya
que había tenido un viaje muy agitado. En el fondo se sentía dichoso aunque no sabía
de qué, se alistó y bendijo el nuevo día antes de marcharse.
Años después el hombre
era rico y vivía feliz, pero siempre mantenía y recordaba lo humilde que
había sido antes de conseguirlo todo con su esfuerzo. Pensaba a menudo que era
afortunado por alguna razón, ayudaba a los demás sin pedir nada a cambio,
y así fue como encontró el amor. Conoció a una joven mujer humilde que más
tarde llegó a ser su esposa.
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