Los condenados son entidades de la cosmovisión andina,
tal vez más conocidas en mi país (Perú) y posiblemente también se los conozca como
tales en las zonas andinas de Bolivia u otros países sudamericanos. Se dice que
estos personajes son muertos que vuelven a nuestra dimensión para purgar pecados
y buscar misericordia por sus almas. Se les suelen atribuir el poder de convertirse en cualquier cosa, muy cruel y aterrador con los que se cruza en su camino.
Era ya de noche cuando de repente sonaron las
campanas de la iglesia de la comunidad, con un funesto sonido que la población
conocía, pues daba la noticia de la pérdida de una persona. El presidente
haciendo uso de los parlantes instalados en la plaza, confirmaba la muerte de un
compañero comunero; a la mañana siguiente la comunidad entera asistía a darle
el pésame a la familia y más tarde acompañaban el féretro al panteón para darle
el último adiós.
Así es como comenzó todo, este es el relato de un
comunero llamado Antonio que dos días después del entierro había asistido
ayudar a su compadre que después de una ardua labor realizaban una pequeña
reunión para hablar sobre la buena siembra que habían hecho. Ya era de madrugada, aproximadamente la una
de la mañana, cuando decidió retirarse; caminaba despacio para evitar caer,
haciendo uso de una linterna que apenas alumbraba la ruta; al voltear una
esquina, vio al final de la calle la figura de un hombre que venía en dirección
contraria, pudo notar que cada paso que daba lo hacía con esfuerzo y con un
sonido metálico; cuando lo tenía a tan solo a tres metros, vio que de las manos les colgaban unas cadenas gruesas y candentes al
rojo vivo como recién salidos del fuego; también los llevaba en los pies,
arrastraba una larga cadena de un rojo que parecía apunto de fundirse, podía percibir un olor a quemado.
Se le erizó los pelos cuando los perros de esa zona empezaron a aullar y otros
a lo lejos respondían con más aullidos; ya teniéndolo a tan solo un metro, el
hombre se detuvo.
El sujeto tenía
la ropa muy vieja, sucia y quemada; el cabello muy desarreglado; la barba muy
crecida y desalineado; unos cuantos dientes amarillos que le salían de la boca.
Sintió miedo al fijarse los pies que los llevaba descalzo, vio que los tenía en
dirección contraria, es decir que lo tenía al revés; las cadenas tanto de las
manos y los pies quemaban la piel aunque
parecía nunca terminar de arder.
Alumbro al rostro con la linterna y con la tenue luz
pudo reconocerle. Armado de valor le llamo de su nombre; este mantenía la
mirada en el suelo y sin ningún gesto de haber escuchado, Le hablo nuevamente
preguntando si en verdad era él a quien había enterrado el mismo hace dos días
atrás, parecía no escucharlo. Aun con el efecto rezagado de lo que había
tomado, se sintió más valiente que empezó a preguntarle de que hacia allí en la
calle cuando debería de estar enterrado. En ese momento sintió un golpe en el
pecho que le lanzo hacia atrás, se paró de inmediato, asustado de pie a cabeza
tanto que lo ebrio se le había esfumado y empezó correr por su vida por una
calle perpendicular al que estaba el condenado, no volteo hacia atrás aunque
podía escuchar el rose de las cadenas contra suelo; estaba seguro que era a él
a quien había enterrado, no podía creérselo que su alma estuviera penando ya
que la población le conocía como un hombre de bien.
Ese mismo día fue al panteón con unos cuantos
comuneros a los que tuvo la confianza de contar su experiencia; pues grande fue
la sorpresa al confirmar lo que temía; el
suelo en el que estaba enterrado el cajón se había abierto como cuando dos
placas tectónicas se separan en dos dejando un fondo oscuro.
Según la creencia cultural andina fue que el alma de
aquel hombre no había sido aceptado en
el reino de Dios por lo tanto fue arrogado y condenado a vagar por la tierra
para purgar sus pecados.
muy interesante! :)
ResponderBorrarMe gustan lo finales felices
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